Mi muy señora madre,
Por encontrarse ausente de las responsabilidades que en lo tocante al corazón nos aúna como seres pensantes, me ha sido imposible hacer lectura de su entendimiento y pretensiones, ni en el día de ayer, dormido, ni en el de hoy, pesar hallado.
Para que la lectura pueda ser considerada con-descendencia frente a su desafecto, debería encender la pálida humildad que agoniza silenciosa entre los huesos de su arma-razón. Solo así, su dificultad será menos hiriente.
Le ruego que, desde su posición, refleje ese atisbo de metal fundido en la esfera de sus ojos, y que yo lo vea en un plazo no superior al de su muerte.
Firma de la luz ausente,